lunes, 29 de octubre de 2018

Luz de Luna
Una vez trazada una línea en cualquier superficie, ella adquiere vida propia, caminando deseos, caprichos y a veces tristezas que, con viento a favor, también pueden convertirse en abrazos.
Un día, dentro de esos apuntes que me encanta dejar en los muros imaginarios de las redes, un dibujo de un violinista en la noche me trajo un mensaje inesperado.
En algún lugar de la pena, Sebastián escribe el dolor de haber perdido a su hija Luna, a causa de una leucemia:
Nunca pierdas a tu niño en tus brazos
Nunca sufras tal dolor
Te parecerá que el mundo se acaba
Que algo adentro se rompió
Ya no habrá dolor que pueda conmigo
Mi indiecita se durmió
La peste negra del extranjero
Sus risas se llevó
Aya marcay quilla la traerá de nuevo
Pero no me sonreirá
El brillo de sus ojos
Ya se apagó...
4 años sin vos...te extraño mucho y me cuesta respirar...
Pero Seba sabe que la lucha es un estado del espíritu y comienza a transformar la pena en resistencia, a través de un proyecto para concientizar sobre la importancia de donar médula para la leucemia y otras enfermedades.
Luna tocaba el violín y lo debe seguir haciendo; sabemos que algunos amores son eternos.
Mientras, Sebastián se comunica conmigo porque sospecha en aquella ilustración una señal, una conexión.
El dibujo entonces empieza su camino de testigo icónico de un mural cerámico que realizarán en la escuela de Luna, un gesto más para seguir construyendo.
Y entonces las maestras, los maestros, esas personas que siguen ninguneadas y ninguneados en un imaginario de menosprecio que los medios hegemónicos siguen instalando en cada desayuno, vuelven a surgir desde los barrios más olvidados.
No es casual que Fiorella, quien fuera la maestra de plástica de Luna, elija convertir el dibujo en barro, porque hasta las calles de la escuela de Caseros, la EP 48 “ José Manuel Estrada”, deben estar en la obra, siempre forma y contenido.
El 26 de octubre fue mi cumpleaños. Parece un detalle insignificante, de no haber estado invitado a la escuela de Luna para conocer en persona a Sebastián, a Fiorella, a maestras que plantan huertas con sus manos para completar la comida que no siempre alcanza en el comedor de la escuela.
También nos volvimos a encontrar con otro maestro, Alejandro, amigo de Sebastián, a quien por esos diseños del destino conozco de interminables marchas y caminos.
Entonces esa fecha no se convirtió en una más en el almanaque de mi aniversario, sino en esos días donde sentimos que volvemos a nacer, mientras el barro se sigue modelando hasta que el mural adquiera su melodía definitiva, siempre acompañado por lo violines del mundo.

















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